miércoles, 27 de abril de 2011

ESPERAR AL OLENTZERO

ESPERAR AL OLENTZERO
Voy a volver, sí que voy a volver. Voy a esperar al Olentzero en la Nochebuena, otra vez. Voy a ver a los niños buscar el haba en el rosco para saber quién será el Rey de la Faba, como contaba la abuela. Ella recordaba muy bien la alegría que tuvieron cuando mi tío, hermano de mi madre, encontró el haba en el rosco, y todos gritaban ¡Real, real, real!
Debe haber sido de las pocas alegrías que tuvo mi tío Jesús Mari, porque recuerdo que Madre me contaba que todos se burlaban de él, a pesar de que se escondía para jugar con la muñeca de ella. Sobre todo para que el abuelo Pío no lo castigara. Era el niño más dulce, contaba la abuela, el más bueno. Pero en la escuela le decían “la monja”, y volvía llorando. Siempre volvía llorando.
Sé que Madre siempre hubiera querido volver a Pamplona, y ahora ya es tarde. Y no recuerda tantas cosas. Pero cuando la visito, descubro, de a poco, las verdades de su infancia.
Pienso en su adolescencia, lo difícil que debe haber sido para ella cuando desapareció su único hermano. A los tres días, el abuelo las subió al barco hacia Argentina, a la abuela, a ella, y al perro escondido, sin explicaciones, sin despedidas, sin respetar el duelo, sin buscarlo más. Ahora me voy enterando, por retazos de su memoria, que los amenazaron.
Quizás cuando yo vuelva, pueda averiguar si realmente mi tío Jesús Mari hermano murió en la Colonia Agrícola de Fuerteventura, donde picaban piedra de la mañana a la noche los homosexuales. Quizás podamos cerrar este círculo y hacer el duelo.
Y yo sé que mi nacimiento ayudó a la abuela Felisa a superar el dolor de su hijo perdido. Ella extrañaba a sus hermanas, pero encontró vecinas amigables con las que aprendió a tomar mate, a compartir bizcochitos de grasa y charlas cuando mi abuelo Pío estaba repartiendo leche en el carro.
Él salía muy temprano, y Pintxo lo acompañaba, al trotecito detrás del caballo. Yo los veía llegar antes del mediodía, primero el caballo, luego la txapela en la cabeza transpirada del abuelo, y luego el perro, con la lengua colgando al costado de la boca, y el ojo cerrado, señal de que quería jugar.
Recuerdo la voz de la abuela mientras lavaba la ropa, cantándome:
Pintxo, pintxo gure txakurra da ta,
Pintxo, pintxo bere izena du,
Pintxo, pintxo gure txakurra da ta,
Pintxo, pintxo bere izena du.
Txuri, beltza da ta
ez du koska egiten,
begi bat ixten du
jolastu nahi badu
Y yo cantaba con ella, y le preguntaba qué quería decir esa canción. Ahí supe que nuestro perro, que quién sabe cómo habían podido traer con ellos, se llamaba Pintxo por esa canción. Porque era blanco y negro, decía la canción, no muerde, decía la canción, y cierra un ojo si quiere jugar.
Y así era, porque cuando dormía cerraba los dos ojos, pero cuando estaba despierto tenía un ojo cerrado, y a veces tenía una costra que abuela le limpiaba, mientras lloraba. Recién ahora lo comprendo, cuando mi madre me cuenta que vinieron a buscar a su hermano, y el cachorro salió a ladrarles, y al guardia le debe haber hecho gracia que un perro tan chico les hiciera frente. Me costó creerle que hubiera tomado un punzón, lo calentara en las brasas de la cocina, y atrapara al perrito y le atravesara un ojo. Riendo. Mientras los otros sacaban a Jesús Mari a empujones de la casa y se lo llevaban, y su llanto, el de la abuela, y los gritos del perrito, que aún no tenía nombre, se confundieran tanto que el abuelo Pío no les entendiera nada cuando llegó.
¿Hizo algo el abuelo por recuperar a su hijo? Mi madre no lo sabe, de eso no se hablaba. Recuerda bien cuando conoció a papá, ya en Buenos Aires, otro hijo de vascos. Y recuerda cuando yo cantaba la canción de Pintxo, que un día cerró los dos ojos porque no quiso jugar más.
Voy a volver, sí, a ver girar el Volatín en la plaza Nueva de Tudela, donde se conocieron mis abuelos. Llevaré mis zapatillas para bailar el Arin Arin, como hacía abuela, levantando un poco sus faldas para que yo le pudiera ver los pies y aprender de ella.
Voy a aplaudir al Ángel el domingo de Resurrección. Lo haré por la abuela, que nunca pudo volver, por mi tío Jesús Mari, que nunca conoció la justicia, por mamá, que nunca conoció su país, y volveré por mí misma, que solamente lo conocí por los relatos de la abuela Felisa.

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