martes, 26 de enero de 2010

Para Elena

(Primer premio Escuela de Escritores, Madrid, 2009)

Estimado Francisco:
El olor que amo, el de museo, el de calaveras que me miran desde los estantes, el de hueso pulido, y el que usted me honre contestando mis cartas, me llena de alegría, a pesar de la preocupación que tengo por su reclusión en los toldos del cacique Saihueque. Le agradezco muchísimo su recomendación al rector. Me tiene en gran estima, soy la única mujer que estudia en su curso. Esta carrera es lo que me gusta hacer desde siempre, como a usted, pero con las dificultades que supone ser mujer. Mil veces mis padres me han querido disuadir de mi amor por los fósiles, pero gracias a su intervención, esta actividad mía es un poco más aceptada.
No veo la hora de que regrese, para mostrarle mis hallazgos y conversar con usted sobre los suyos, sobre todo los moluscos marinos, huesos humanos y morteros que recolectó en Valcheta. Todo el tiempo me lamento de ser mujer, y estar privada de acompañarlo.
Cuídese por favor, el cacique Saihueque, por lo que usted cuenta, es muy peligroso. Si le es posible, mándeme noticias. Todos acá estamos muy preocupados.
Suya,
Elena
PD: Su esposa le permite a Juanita venir al museo. Su hija hereda el amor por los fósiles, quiere aprender, y me gusta su compañía.

Estimada Elenita:
Gracias por su amable carta, reconforta tener noticias de nuestros amigos Han pasado muchas cosas desde que en noviembre salimos de Choele Choel, y la riqueza de lo que encontré le fascinará. En Yamnagoo encontramos rastros de sacrificios de animales y la tumba de un hechicero. Llegando a la llanura de Maquinchao, hallamos la caverna con las pinturas de las que le hablé, donde recogimos doce cráneos, algunos pintados de rojo.
Internarme en la caverna fue lo mejor del viaje. Cavar a tientas en la sala oscura pero templada, a pesar de la nieve exterior. Encontrar esa riqueza oculta. Quizás un día pueda hacerlo, Elena, ¿me comprende?
Menos mal que fui previsor, y envié algunas bolsas, porque no sé qué pasará con las cosas que junté recientemente, si tengo que huir rápido. Le ruego las limpie y clasifique, como usted sabe hacerlo. Tenga precauciones al manipular las lanzas, las envolví bien. Son de los mapuches, que las impregnaban de veneno. Al contacto con la sangre o la saliva, puede ser letal.
Los indios no entienden mi interés por los fósiles, y además Saihueque dejó de ser amigable.
En enero hicimos un alto entre los huiliches, y las mujeres nos convidaron con una bebida a base de leche y frutillas. Solo llegué a probar unas cucharadas, porque una niñita insistía en arrebatarme la vasija. Hernández, en cambio, apuró la suya y de inmediato comenzó a retorcerse de dolor. Yo pude contrarrestar el veneno con láudano y me recuperé a los pocos días, pero Hernández murió. Ya ve, Elenita, este no es lugar para mujeres, y yo, no muy buena compañía..
En cuanto a Saihueque, pretendía canjearme con los indios que Villegas tenía prisioneros, y para eso, me pedía que redactara una carta, alegando la inocencia de los detenidos, y solicitando su inmediata liberación. Tardé dos días en redactarlas, logrando que las llevaran algunos miembros de nuestra expedición. En realidad, las misivas tenían unas frases en francés, que alertaban a los nuestros para que prepararan la retirada. Sólo quedamos tres en las tolderías, pero preparo nuestra huída. Es tan útil saber francés, por eso practico con usted y estas cartas.
Hoy me encuentro algo maltrecho, porque presencié un simulacro de guerra de alrededor de ochocientos mapuches, que no desperdiciaron la oportunidad de rozarme con lanzas y facones. Dentro de tres días comienzan las rogativas y sacrificios. Normalmente los indios se emborrachan, cosa que aprovecharé para intentar huir. Envío esta carta, junto con otras para amigos, al gobernador, y para mi esposa y mis hijos, por un chasque de Saihueque, que me está agradecido porque le suministro láudano para su dolor de muelas.
Espero que usted y sus padres se encuentren bien. He mandado tres cartas, junto con ésta. A mi mujer no le cuento todo. Me imagino su cara de preocupación si leyera mis aventuras, mientras humedece, como es su costumbre, el dedo con la lengua, para pasar las páginas. ¿Me comprende, Elena? Cordialmente
Pancho

Estimado Francisco:
Su carta me llegó cuando ya tenía noticias de su liberación. Nos enteramos de que galoparon borrando las huellas con un poncho con piedras, hasta la orilla del Collón Curá, que los llevaría al Limay. Me enteré del trayecto tortuoso, sus piernas ampolladas por las piedras del río, la fiebre, la sed y su delirio. Me contaron que no pudieron asirse más a la balsa, y tuvieron que avanzar a pié hasta que la partida de soldados los encontró.
No pude dormir esas noches. Mi padre me dice que usted no puede caminar, que no le permiten visitas, y que pronto partirá hacia Europa para ver a un médico eminente, especialista en su enfermedad.
Mi trabajo sigue, me encierro durante muchas horas en el museo, tratando de distraerme limpiando las piezas que usted envió ya hace tiempo. El olor a huesos y a encierro, de algún modo me tranquiliza. Sé que volverá a ver su amada colección en cuanto los médicos se lo permitan.
Las doce calaveras con pintura roja están limpias y clasificadas. Estoy trabajando en las lanzas, como usted me dijo, con cuidado, porque efectivamente, tienen rastros de veneno. He comprendido.
Catalogando unos fósiles, encontré una carta en que usted contaba a su padre cómo los sorprendió la tormenta de lluvia y piedra cuando iban hacia el Valle del Río Negro. Me imaginaba con ustedes, porque usted tiene la virtud de hacer vivir al lector el momento que cuenta. Soñé esa noche con los caballos hundidos hasta la barriga por el terreno guadaloso, cayéndose a cada momento en las cuevas de tuco-tucos, y nosotros caminando perdidos hasta que su brújula nos volvía a guiar.
Por favor, no se olvide de escribirme, aquí estaré, esperando sus cartas.
Le envié a su esposa dos de los libros que usted me dijo, y tengo otro en preparación. Como no se siente bien, está guardando cama, y tiene mucho tiempo para leer.
Cordialmente,
Elena
Estimada Elena:

Estaré unos pocos días más en este hospital. Los médicos de Francia tienen otros métodos, otros medicamentos, y puedo decir que estoy mejorando rápidamente. Extraño mucho a Buenos Aires, y realmente quisiera volver pronto.
Efectivamente, los mapuches usan un cocido de un vegetal de la zona como veneno. La sustancia provoca, al contacto de la sangre o saliva de la víctima, fiebres muy altas. Todavía no han encontrado un antídoto para ella, y debe tener mucho cuidado al manipular las puntas de flecha, porque una pequeña cantidad en sus dedos puede causarle inconvenientes. No tuve tiempo para investigarlas, así que no estoy seguro si es curare.
Para el mes próximo, me han pedido que haga una exposición en cátedras de la Universidad de París, y luego, a pedido del Ministro de Relaciones Exteriores de Argentina, dibujar el mapa de las regiones patagónicas, así que estaré ocupado, pero espero que me mantenga al tanto de las novedades.
Cariñosos saludos,
Francisco

Estimado Francisco:
Le deseo mucho éxito en sus cátedras, sé que prestigia a la Universidad de Paris con sus conocimientos. Mis estudios están adelantados, mi esperanza es seguir sus pasos, trabajar junto a usted y absorber toda la sabiduría que me pueda aportar, con la generosidad que siempre me ha dispensado.
Recibí el último paquete de fósiles, los estoy limpiando para catalogarlos. Sí, tendré cuidado con las nuevas puntas de flecha, lo entiendo.
Como su esposa no mejora de la fiebre que la acosa, guarda cama, y su médico la visita a diario, consideran internarla en el hospital, porque no encuentran los motivos, suponen que es tifoidea, me cuenta María. Hoy le mandaré otro libro, para que se entretenga, como usted me pidió. Ya lo tengo preparado.
Reciba usted mi más afectuoso saludo.
Elena


Estimada Elena:
Esta semana terminaré con los preparativos de mi viaje a Buenos Aires. Mis hijos me requieren allá, porque Menena está internada, y cada vez peor, según las informaciones de sus médicos, así que nos veremos allá, en el Museo.
Dejo cosas inconclusas en Francia, por lo que deberé volver. Necesitaré una secretaria que hable español y me ayude, y creo que usted sería la más indicada, por sus conocimientos y su experiencia. Le ruego considere esto como una oferta de trabajo, y se lo anticipe a sus padres. Yo hablaré con ellos luego.
He recopilado en Europa algunos fósiles, que me gustaría ver con usted. Como necesitaremos lugar, le ruego que tire lo que no se necesite, por ejemplo puede quemar la papelería que está en la estantería de la derecha del armario grande, hace muchos años que tengo cosas inútiles ahí, correspondencia antigua que nunca necesitaré, como así también estas cartas, que ya no necesitaremos.
Hasta pronto.
Suyo
Francisco

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